“Cooking is a language through which society unconsciously reveals its structure”, wrote anthropologist Claude Lévi-Strauss in his book
The Origins of Table Manners. Cultural values and universal truths about societies manifest themselves through actual cooking and eating practices, since food is the perfect agent for simple social symbolism in every moment of our lives: it can unite and strengthen family and community ties, and helps preserve a common identity amongst a group of people.
These statements became quite obvious to me as I observed food vendors in the Mexican state of Michoacan. The streets explode with authentic eating experiences: delicious mole, empanadas, tamales, tacos, posole, corundas, chilaquiles, enchiladas… straight out of roadside pushcarts or stalls hidden amongst the intricate maze of the tianguis*, echoing the vastly tangled web of Mexican culture. In these food stands, hunger and craving are satisfied without all the practical, social, and emotional implications of eating at home. People argue, laugh, gossip, flirt, do business, plan, and treat, thus reinforcing the community bonds and, in more than one way, perpetuating the traditional way of life.
Mexican food, more specifically the food from the state of Michoacan, was inscribed in 2010 on the UNESCO’s List of the Intangible Cultural Heritage of Humanity, going beyond the simple enjoyment of the taste buds: it is an important aspect of the culture, social structure, and popular traditions of Mexico. At the end of the day, the distinctiveness of the cuisine of Michoacan is a result of its direct reciprocal relationship with the region’s kind, welcoming, and loving people.
*Tianguis: an open-air market or bazaar that is traditionally held on certain market days in a town or city neighborhood in Mexico and Central America.The word tianguis comes from tianquiztli in Nahuatl, the language of the Aztec Empire.
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“La cocina es un lenguaje a través del cual la sociedad revela inconscientemente su estructura”, escribió el antropólogo Claude Lévi-Strauss en su libro Los Orígenes de los Modales en la Mesa. Los valores culturales y las verdades universales sobre las sociedades se manifiestan a través de las prácticas reales de cocina y alimentación, ya que la comida es el agente perfecto para el simple simbolismo social en cada momento de nuestras vidas: puede unir y fortalecer los lazos familiares y comunitarios, y ayuda a preservar una identidad común entre un grupo de personas.
Estas declaraciones se hicieron bastante obvias para mí al observar a los vendedores de alimentos en el estado mexicano de Michoacán. Sus calles explotan con auténticas experiencias gastronómicas: delicioso mole, empanadas, tamales, tacos, posole, corundas, chilaquiles, enchiladas, directamente de los carritos en las calles o en los puestos escondidos entre el laberinto de los tianguis, haciendo eco de la vastamente enredada red de la cultura mexicana. Aquí, el hambre y el antojo se satisfacen sin ninguna de las implicaciones prácticas, sociales y emocionales de comer en casa. En estos puestos de comida, la gente discute, ríe, cotillea, coquetea, hace negocios, planea, e invita, reforzando así los lazos de la comunidad y, en más de una manera, perpetuando así la forma de vida tradicional.
La comida mexicana, más específicamente la comida del estado de Michoacán, fue inscrita en 2010 en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, yendo más allá del simple disfrute de las papilas gustativas: es un aspecto importante de la cultura, estructura y tradiciones populares de México. A fin de cuentas, el carácter distintivo de la cocina de Michoacán es el resultado de su relación recíproca y directa con las personas amables, acogedoras y amorosas de la región.