Antonio García was quietly fishing in Tijuana, Mexico, near the part of the wall in the United States-Mexico border that extends into the Pacific Ocean. He was deported to Mexico years ago after having lived in the United States for decades without permission, leaving behind children, spouse, siblings, and grandchildren. Today he made his way to the fence to see his wife and two children who are meeting him on the San Diego side of the rust-colored steel boundary marker.
Tijuana is one of the last stops on a strenuous trek for migrants ready to risk everything, including the likelihood of deportation, for a possibility of life in the United States. This section of the United States-Mexico border is also called the Tortilla Wall, it was completed in the early 1990s to restrict illegal immigration. It is a massive vertical formation of steel bars and razor wire, but it is also composed of Border Patrol agents driving trucks or riding horses, dogs taught to expose migrants running for their lives, drones, and helicopters. Confinement facilities, coyotes and drug cartels, a harsh reality, fear, and an unclear future are also part of the wall. The cheery works of art depicting flowers and hearts on the tall metal posts contradict the sadness of the Mexican families who have gathered there to converse, cry, and tease with relatives on the San Diego side.
Despite unfounded claims that immigrant workers have a negative impact on the United States economy and the overall employment levels of U.S.–born workers, that undocumented residents are responsible for the rise in crime, that the drug trade will diminish, or that national security will improve, the truth is that no barrier can stop a person fleeing hostility or oppression or extreme hardship –or chasing the dream of a better life.
The U.S.-Mexico wall will rise or fall in line with our own anxieties and principles. Instead of an area of division, the border should be projected as a way to connect the communities on both sides, allowing equally advantageous commerce, production, environmental upgrades, and safety, while boosting cultural and educational exchanges.
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Antonio García pescaba tranquilamente en Tijuana, México, cerca de la parte del muro en la frontera entre Estados Unidos y México que se extiende hasta el Océano Pacífico. Fue deportado a México hace años después de haber vivido en los Estados Unidos durante décadas sin permiso, dejando atrás a hijos, cónyuge, hermanos y nietos. Hoy se dirigió a la cerca para ver a su esposa y sus dos hijos que se reunirán con él en el lado de San Diego de la estructura de acero color óxido.
Tijuana es una de las últimas paradas en un viaje extenuante para los migrantes dispuestos a arriesgarlo todo, incluida la probabilidad de deportación, por la posibilidad de vivir en Estados Unidos. Esta sección de la frontera entre Estados Unidos y México también se conoce como Tortilla Fence y se completó a principios de la década de 1990 para restringir la inmigración ilegal. Es una formación vertical masiva de barras de acero y alambre hojilla, pero también está compuesta por agentes de la Patrulla Fronteriza que conducen camiones o montan a caballo, perros a los que se les enseñó a exponer a los migrantes que corren para salvar sus vidas, drones y helicópteros. Centros de confinamiento, coyotes y cárteles de la droga, una dura realidad, el miedo, y un futuro incierto también forman parte del muro. Las alegres obras de arte que representan flores y corazones en los altos postes de metal contradicen la tristeza de las familias mexicanas que se han reunido allí para conversar, llorar y bromear con parientes del lado de San Diego.
A pesar de las afirmaciones infundadas de que los trabajadores inmigrantes tienen un impacto negativo en la economía de los Estados Unidos y en los niveles generales de empleo de los trabajadores nacidos en los E.E.U.U., que los residentes indocumentados son responsables del aumento de la delincuencia, que el tráfico de drogas disminuirá o que la seguridad mejorará, la verdad es que ninguna barrera puede impedir que una persona huya de la hostilidad, la opresión o las dificultades extremas, o persiga el sueño de una vida mejor.
El muro entre Estados Unidos y México se levantará o caerá de acuerdo con nuestras propias ansiedades y principios. En lugar de un área de división, la frontera debe visualizarse como una forma de conectar a las comunidades de ambos lados, permitiendo el comercio, la producción, las mejoras ambientales y la seguridad igualmente beneficiosos, al tiempo que impulsa los intercambios culturales y educativos.
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